El mister galés que explotó como un volcán…
En un hotel de Valencia, Toshack desataba un huracán galés digno de una película de catástrofes naturales. Tres horas después de que el Real Madrid mordiera el polvo ante el Barça en la final de la Copa del 90, el entrenador ya estaba más caliente que una sartén de churros. La derrota por 2-0 hizo que su lengua se convirtiera en un látigo indomable. A su lado, Grosso parecía implorar al cielo esperando una señal divina para apagar el fuego.
Con la misma elegancia de un futbolista sorteando conos en un entrenamiento, Toshack repartía de todo menos flores. «Si vamos a culpar a los árbitros, acabaremos culpando al champú por dejarnos calvos», decía con la seguridad del que lleva un paraguas en un desierto. Mientras Grosso se preguntaba si su cara podía retirarse del mundo del espectáculo, Toshack lanzaba preguntas existenciales, dignas de un filósofo trasnochado.
El galés no se andaba con bromas sobre el tema de las tarjetas. «¿Un internacional con una amarilla en el minuto tres? ¡Eso es como ponerse a hacer un maratón con tacones!», exclamaba. Como todo buen entrenador sin pelos en la lengua, dejó bien claro que la próxima vez que pierdan, intentar salir del campo con los once jugadores sería todo un progreso. Finalmente, como un director orquestando sinfonías de patadas, sentenció: «Nos ven las patadas en toda Europa. ¡Hay que ser más listos!», y se marchó a lo John Wayne con un merecido Oscar a la mejor rajada bajo el brazo.