Cuando el central se convierte en poeta de rayas…
Si Iñigo Martínez se paseara por los campos de fútbol con una libreta, ya estaría escribiendo sonetos sobre la gesta épica de De Burgos Bengoetxea y sus valientes colegas del silbato. Ayer, en La Cartuja, los colegiados no solo llevaban tarjetas y pito, también cargaban en sus espaldas el peso de un partido tan esperado como el estreno de una serie de Netflix. ¡Y en qué lío se habían metido! Pero, al final de la noche, el central vasco no tuvo más remedio que ponerse la capa de diplomático y felicitar a los héroes invisibles del partido. ¿Será el comienzo de una amistad? «Rápido, a ver si nos animamos todos y les pedimos autógrafos», pensó en voz alta el defensor.
El árbitro, por su parte, podría dar clases de actuación a cualquier estrella de cine. De Burgos Bengoechea tomó la escena con tanta emoción que los periodistas no sabían si estaban en una rueda de prensa o en una telenovela llena de intriga y llantos. En su imaginaria piscina de lágrimas, flotaban las críticas y las exigencias de cambio del Real Madrid. La cosa fue más delicada que hacer malabares con huevos frente a un ventilador. ¡A ver quién aguanta eso sin romperse un poquito!
Por su lado, Iñigo decidió jugar al escondite con sus posiciones en el campo. El chico, que solía ser central –al parecer alguien debió olvidarlo en el vestuario–, terminó desfilando como lateral izquierdo. No es que Koundé necesitara ayuda para marcar ese gol tan ‘en el último segundo’. Es que aquí los culés hacen de un «1-2» una fiesta tan ruidosa como un carnaval de Brasil. Al parecer, Iñigo tenía muy claro que era su noche para coronarse como el gran Houdini del balón. ¡Vaya final de película!