¡Champions y marcianos en la cancha!…
El gran venerado del baloncesto, Sergio Scariolo, dejó caer su silbato para ponerse la bufanda del Inter de Milán y vibrar como un niño pequeño en la feria. Según él, la semifinal de Champions fue tan épica que si Shakespeare escribiera en estas épocas, le saldrían folios por los oídos intentando contar la emoción de ese encuentro. Cuando el Barça dejó que el Inter hiciera su magia, con Frattesi anotando más frío que un pingüino en la Antártida, los látidos en el corazón de Sergio parecían una orquesta desafinada.
Cuentan las leyendas que a Scariolo le vinieron flashbacks del mítico triplete, pero no pudo evitar admitir que lo de esta eliminatoria fue un huracán de emociones digno de película de cine mudo, pero con mucho gol y juego explosivo. El señor de la pizarra táctica comparaba el color del partido con una obra de arte donde ambos equipos, porque hasta los palos del arco querían un poco de ese aura futbolera.
Pero no todo fue Inter para el entrenador del flequillo imperturbable. Lamine Yamal fue, según Sergio, algo sacado de un cómic espacial. «Es un marciano», decía Scariolo, mientras miraba al cielo esperando ver una nave nodriza aparcar en el campo. Yamal reúne el talento de un equipo entero en la bisagra de dos piernas que, a sus ojos, juegan al fútbol con la precisión de un reloj suizo. Si fuera por Sergio, Lamine tendría su propio equipo en otra galaxia. ¡Vaya alienígena del balón!