Jugadores esparcidos entre goles y atropellos…
Hay días en que el Espanyol se levanta y parece que la realidad se ha escapado de un cómic de Marvel que nadie ha leído. Los blanquiazules, con más estrategias que un ajedrecista hipnotizado, se enfrentaron al Barcelona y acabaron desplomados ante un golazo que podría haber dibujado Leonardo Da Vinci. Este jueves quedó claro que tienen menos suerte que un caracol en autopista. Sin embargo, la verdadera interrogante del día fue cómo los jugadores permanecieron en la inopia sobre un misterioso atropello digamos hasta el descanso. Nadie les dijo nada. Literalmente. Fue como si los secretos sobreentrenamientos de la CIA les hubieran conectado una burbuja futbolística que impermeabilizaba a los blanquiazules de todo aquel desastre de la vida real.
Uno de los líderes de la banda, Carlos Romero, en su intento de no hablar de ovnis ni copas perdidas, puso cara de póker y criticó la cartulina roja que vieron casi con más sorpresa que si hubiera aparecido un extraterrestre en mitad del campo. «¡Una vez más el fútbol tiene más drama que un episodio de telenovela!», parecía gritar entre líneas pese a que sus palabras sonaran más moderadas. Cabrera vio el tipo de tarjetas que nadie quiere coleccionar, y aunque los jugadores rivales juraron y perjuraron que aquello no debía subir al marcador, todo quedó como uno de esos famosos «a llorar a la llorería».
La misión sigue siendo clara como el agua para los nuestros: huir del fantasma del descenso y enfrentarse a Osasuna con la firmeza de un jugador de Fortnite en la batalla final. Es tan simple que ni Harry Potter con su varita podría arreglar la falta de acierto del equipo, y viendo como ningún hechizo ayudó esta vez, solo les queda confiar en que el karma deportivo les devuelva un poco del amor que la suerte les niega. ¡Seguimos esperando el capítulo donde el Espanyol por fin saca al genio de la botellas y se queda en Primera División!