¡El balón sigue rodando, señores!…
¡Atención, terrícolas del césped! Cuando Florentino Pérez, nuestro adalid del apocalipsis futbolero, anunció la Superliga, más de uno pensó que había chupado un limón muy amargo. Con un dramatismo digno de telenovela venezolana, proclamó que el fútbol se iba a desintegrar más rápido que un helado en julio. Y aquí estamos, en pleno esplendor de jugadas imposibles y goles que desafían las leyes de la física. El fútbol no se auto-destruye ni aunque pongan a varios comités a hacerle cosquillas.
Este fin de semana, una nueva función de la serie «El balón que nunca muere» se emitió en nuestras pantallas. Fue un partido de esos que se cuentan a los nietos mientras ellos te miran pensando que tal vez, solo tal vez, seas un antiguo caballero salvando al mundo. Rodó la pelota y desaparecieron de golpe los temores de Florentino. Ni el perro del vecino podría comerse al fútbol actual, tan resistente como el chicle que llevas pegado en el zapato desde hace semanas.
Cuando el Real Madrid pone sus botas, prepárate para una montaña rusa de emociones dignas de parque temático. Empezó el encuentro y, al instante, los demonios que Florentino profetizó se fueron de vacaciones largas, dejando atrás un partidazo de esos que hasta el árbitro aplaudiría si no fuera porque tiene que mantener la compostura. Así que tranquilos, muchachos y muchachas, el fútbol continúa más vivo que nunca, como el monstruo del Lago Ness del entretenimiento deportivo.