Culebrones, tropiezos y milagros deportivos…

¡Oh, la gloriosa vida de un fan del fútbol! A las seis y media, la Liga parecía un capítulo cerradísimo del culebrón más visto del vecindario. Pero a las once y pico, ¡zasca! Lo que parecía un final feliz se convirtió en un caótico baile de despropósitos. Resulta que la gran pifia de Madrid ante el Valencia fue como un anuncio de crema de cacahuete sin cacahuetes, y el Barça, cuando tenía la victoria al alcance como quien tiene la pizza recién horneada, decidió que con un poquillo quemada también estaba rica. Flick, el filósofo del balón, tal vez daría las respuestas que todos necesitaban: «Un puntito aquí, otro allá, y tachán, menos partidos por llorar». Ay Barça, cuidado, que el Madrid, el compañero de cuerpo de baile, a veces baila cuando menos te lo esperas… y siempre de parranda.

La Liga no sabe de puntos, ¡habla el idioma de las emociones! El Barça navega en un velero organizadito, que dispara cañonazos de ataque con precisión y presta atención al viento defensivo. El Madrid, por el contrario, es un velero sin brújula, navegando por mares tempestuosos. Ancelotti, el capitán del barco, lleva nueve meses hablando de «desequilibrio» como si fuera un terapeuta matrimonial que, por más que lo intenta, no logra reconciliar el romance de su equipo con la defensa. En partidos como el de Valencia, despiertan solo cuando ya tienen el agua hasta el cuello, ¡o incluso la próxima vez también con algún bocadillo listo para comer!

Ah, el ciclismo, el arte de pedalear en el cielo. Mientras que el fútbol se tambalea entre alegrías y desastres, el ciclismo nos regala a Tadej Pogaçar, el ciclista que parece vivir una telenovela donde siempre se roba el protagonismo. Su última hazaña aplastante en el Tour de Flandes es un episodio más en su serie personal «Cómo dejar mudo a espectadores y rivales en todo el mundo». Es tanto un Odeón de velocidad y valentía, que cuando ataca, el pelotón estalla como si hubiera soltado un chispazo en una gasolinera. Y ahora, para ponerle la guinda al pastel, nos vemos preparando los bocadillos para la tortura mortal llamada París-Roubaix. Como decía Shackleton, ¡la gloria requiere coraje, amigos míos!