Juegan como dioses, eclipsan a estrellas…

Lo que parecía ser una gala de famosos en el Metropolitano, terminó siendo el show de Lamine y Julián. Las cartas decían Vinicius, marcaban Mbappé, pero el truco final lo hicieron estos dos magos. En lugar de una pasarela, lo que Madrid y Barça encontraron fue una alfombra roja para estos fuera de serie.

En 210 minutos de pura adrenalina se vivió de todo: penales que provocarán tertulias eternas, debates que ni los míticos Obrevo o Clattenburg podrían imaginar, y la sensación de que el Atleti anda más perdido que un pulpo en un garaje cuando se habla de estos saraos de alto nivel. Sin embargo, la verdadera noticia radica en cómo Lamine y Julián llevaron a sus equipos en hombros como si estuvieran transportando una docena de churros madrileños.

Aunque Julián jugó con fiebre, mostró que ni la gripe puede con su clase mundial, mientras que Lamine parecía ese jovenzuelo que acaba de robarse el diccionario de Messi. Ambos mostraron que su juego es equipo, no vanidad; arte, no ego. Sí, olviden las estatuillas doradas por un rato, porque estos dos deberían recibir el Balón de ¡Oh! ¿La razón? Simple: iluminan su camino, no con oro, sino con genialidad.