La dramática vida del futbolista viajero…

Érase una vez un niño con ambiciones de comerse el mundo… ¡literalmente! Iker Bravo, un fenómeno catalán del balón, ha recorrido Europa más veces de las que yo he perdido el bus por la mañana. Desde que salió de su casita en Barcelona hacia Leverkusen, se hizo mayor y aprendió que ver a los teutones desayunar salchichas no era lo más raro del mundo. Después de llorar más que cuando te suben el alquiler, llegó a al club bávaro convirtiendo sus lágrimas en una fuente de motivación.

Por momentos, parecía estar en un culebrón de esos que ves con tu abuela. De ahí saltó al Real Madrid, aunque asegura que Tito Floren, nuestro querido Florentino Pérez, le cambió la vida más que el día que descubrí el chocolate. Ahí, entre goles, caramelos de Toni Kroos y más dribblings que un torbellino con botas, Iker aprendió que la rivalidad entre Barça y Madrid es más fuerte que mi odio a las matemáticas.

Y si pensabas que allí acababan las aventuras, estás equivocado. Bravo está decidido a conquistar el mundo del fútbol cual Quijote con balón. Aunque más que moler gigantes, su objetivo es proclamarse Golden Boy, ese galardón brillante para los menores de 21 años. ¡Quien sabe si un día lo veremos disputándole el Balón de Oro a Cristiano en Marte! Hasta entonces, muchachos, solo queda aplaudir y reír en este fútbol que a veces se parece más a una serie de Netflix que a un deporte.