El equipo merengue y una noche para olvidar…
Como si fuera una comedia de enredos futbolísticos, el Real Madrid se enfrentó a su destino con más nervios que un gato en un columpio. Tres derrotas anteriores ya calientes en la sartén, el equipo blanco entró en el campo con la confianza de un helado bajo el sol de agosto. ¡Y eso que venían preparados para soportar un huracán futbolístico! Comentarios de la grada incluían sollozos y alguna que otra promesa de no comer churros en una semana como penitencia.
El partido se convirtió en una montaña rusa de emociones: cuando parecía que lograrían conectar dos pases seguidos, acababan perdiendo la pelota cual papa caliente. El enemigo marcó goles con la gracia de un bailarín, mientras los jugadores del Madrid tropezaban con sus propios pies, buscando algún oxígeno escaso para sobrellevar el chaparrón. Dicen que hasta los futbolistas rivales aprovechaban para echar una siesta rápida mientras esperaban la siguiente jugada.
Sumidos en el caos, ni el prestigio podía prepararlos para este revés inesperado. El árbitro tuvo más trabajo que un reloj en una feria, pero ni sus pitidos pudieron salvar al Madrid de esta debacle. Y mientras tanto, la afición madridista se refugiaba bajo paraguas invisibles, esperando que el diluvio de derrotas termine y vuelva la serenidad a su amado campo de juego.